Réquiem por un hombre casado



Ella me enviaba cuando yo era niña a vigilar a su amante. El trayecto de la calle Barahona hasta la Juan Bautista Vicini era malditamente largo. La ira era demasiada para mi escaso cuerpo. Lo hice tres veces. Tres veces regresé diciéndole: "No está el carro" lo que era sinónimo de "tu maldito amante no está donde la otra, coño". Y esto lo decía aunque el carro estuviera pues si le decía que sí ¿qué iba a pasar? Pleito y ya yo estaba haaaarta de pleitos.

¿Y qué era lo que me ponía iracunda? Mi lucha interior. Yo estaba venciendo mis enseñanzas cristianas de "NO MENTIRÁS", más vivas que nunca porque acababa de hacer mi primera comunión.

Fue en esa época que aprendí a mentir para salvarme. Y fue desde esa época que decidí que habiendo tantos hombres en el mundo, yo jamás de los jamases pelearía por uno.

La vida a veces nos pone a prueba. Mi corazón casi se va detrás de un hombre ajeno. Encantador. Inteligente. Capaz de escribir los más bellos poemas. Sensible... Pero me apliqué la ley. Me senté y me dije con el dedo acusador: "Te gustaría que te lo hicieran a ti, ¿eh? ¿eh? ¡Contesta!". No. No quiero que ninguna otra mujer toque a un hombre que esté casado conmigo. En eso soy irreductible. En eso soy una maldita leona capaz de romper buzones, violar correspondencias y ladrar como un bulldog.

Así que el año comienza. Me olvido del jodido cuento del alma gemela y me concentro en trabajar pisando a conciencia cada pata del maldito alacrán de la amargura repitiéndome a cada pisotón: TODO ME ES PERMITIDO, MAS NO TODO ME CONVIENE.