CUERPO Y ALMA


Una vez fui. Me encontré muerta pero el amor corrió detrás de mi. Luego volví. Ni fu, ni fá. No me inquietó ni desee que su viento me tocara. Luego, viví en ella o ella vivió en mi. Fui raptada por el toro de Lidia y me encantó. Aprendí a pedir la vez. En cambio no me acostumbré a pasar el paso cebra sin esperar a que se detuvieran los "carros" (lo de Farruquito me dio la razón); para mi los conductores siempre han sido militares armados ¿o acaso no es un arma mortal el maldito coche?). Siempre di las gracias como los chinos: inclinando la cabeza. Perdí el olfato por estar de imprudente con el amoníaco y la legía (¿qué más podía hacer sino fregar mi vida?)... CMe sumergí en vino y jamón. Opíparas mesas visité. Caminé por las calles cogida de la mano sin avergonzarme. Besé y me besaron. Me abrieron los brazos y los brazos abrí también. Pero el humo de la marihuana no me convenció. Los transeúntes agresivos no me sonríeron, me empujaron. las vecinas "mal follás no me saludaron"; otras me entendieron... Las escaleras mecánicas me amenazaron. Los andenes iban a otro ritmo, no al mio. La gente robaba por chupar adrenalina. Mi amiga salió de la tetería con un vaso marroquí. Otro se llevó el salero. En mi bolso saqué las jarras de cerveza... Aprendí a comprar discos piratas, me sentí culpable por comprar originales y me dejé llevar por la picarezca. Dar es dar como dice Fito Páez. "A mi nadie me da nada así que deja de dar lo mio". Tanta abundancia para tanta hambre. Tanta miseria para tanta industria. Aburguesados tememos la pobreza. La liberación femenina es entrar libremente en los bares y acostarse con alguien sabiendo que sexo es una cosa y amor es otra (¿?); pero se aferran a lavarle los calzoncillos a "mi niño" de 24 años, a hacerle la cena, a ponerle la comida en la boquita... Ser mujer es trabajar como una bestia y la igualdad es decirle al marido: "Saca la basura". Ser mujer es andar bien vestida, bien pintada, ganar tu propio sueldo y despreciar a tu pareja... Ser mujer es un tránsito todavía. Allá y aquí, en cualquier parte del mundo. Pero por una vez me contagié y me bañé en la playa sin sostén. Todos eran muy viejos a mi alredor. Total, que yo no me quemo en la jodida playa y las que conocí, no tenían comparación con las de aquí... En fin, la civilización me volvió una m... Sólo sé que por vez primera en mis 46 años empecé a cuestionarme si yo era realmente inteligente. Ahora, en el patio donde chillan los ratones, aquí en la casa donde me pican los mosquitos, en mi ciudad que sufre de apagones, donde me hieren los alaridos de alarmas de carros disparados a cada instante sin que nadie los silencie; donde las plantas (o generadores, que me he enriquecido con dos formas de hablar ¿vale?) destrozan los nervios y seguramente los pulmones; donde la basura es un mobiliario urbano y las aceras son para partirse una pierna... Ahora, sé que sí soy inteligente porque tras ocho años, no se me ocurre tirar o botar a la basura un objeto que otro puede aprovechar, ni sé lo que es redecorar, ni rompería un baño que está bueno para hacer otro, sólo por cambiar tranquilizando la conciencia con la frase: ya estaba muy viejo... yo sigo íntegra y aunque sufrí del síndrome de Estocolmo (precisamente lo digo en esta fecha: cuando se cumple un aniversario del robo que dio origen a este mal), puedo decir convencida: SOY INTELIGENTE. Sigo tan provinciana y bárbara como me fui en el 2000 y ecléctica, como es mi lema, me quedo con lo lindo de la civilizada Europa y les dejo lo que no me gustó. Ser primitivo es ser más humano.

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