Privilegio

Minerva de Cocco felicita a Martina, una empleada de la Editora Alfa&Omega de no sé cuántos años atrás al ganar por sorteo una obra de arte en la comida de navidad de la empresa. Casualmente se encontraron debajo de esa pancarta colocada por los compañeros en la entrada del taller. No niego que me emocioné porque él se siente.

ES QUE ESTÁ
Ayer tuve el privilegio de compartir en la fiesta de navidad de Editora Alfa & Omega con mis ex compañeros que aún siguen siéndolo. Niurka, Ana, Josefina, Chichí, Darío, muchos! Gente fiel, hermosos y alegres disfrutando de una comida compartida en armonía. Minerva de Cocco y sus hijas: Katherine, Yaruska, Maureen y Patricita, el tesoro de Miguel en el mismo lugar en que las ideas impresas, antes conversadas y acordadas, levantaron vuelo y desde el principio al fin, impulsaron cambios.
Como en todas las fiestas, comida abundante, bebidas, rifas y alegría. Y, no me importa si hay quien piensa que a los que parten hay que guardarles duelo y dejarles ir, que al reiterar sus presencias les estamos obligando a permanecer entre nosotros... De alguna forma, creo que esta es la excepción. Creo que las almas grandes se quedan hasta continuar sus obras con otros ojos, otras manos, otras voces... Creo que Minerva de Cocco no es una amante obsesionada y sí una mujer fiel en todo el sentido de la palabra. Fiel a su corazón y a sus sentidos. Fiel a las sensaciones vividas, a las ideas compartidas, a la fortaleza única que crearon entre los dos para criar a sus hijas, levantar su empresa y continuar viviendo. Ella ha enfrentado la vida con la elección de lo que sembraron. No creo que viva en el pasado, simplemente, está tan, pero tan llena de la inmensidad de su hombre que todavía tiene que compartirlo con todos. No veo tristeza en Minerva, siento su compás de espera porque tarde o temprano sus energías se unirán completamente desde este camino de luz que va trazando. No es una viuda más. Abrazó una misión y es recordarnos que compartió la vida de un hombre grande que por grande, nos sigue dando poquitos de su sombra guarecedora de tanto Sol para que no nos quememos de golpe, como el gigante árbol que ramificó desde una vida digna y ejemplar. ¡Te quiero Minerva!

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