LA PESADILLA

 

Tenía 5 años. Mis padrinos, profundamente religiosos, tenían el compromiso de hacer la hora santa en su casa. Yo me dormí y me acostaron, pero lo último que escuché fue: "El demonio al oído te está diciendo: no reces el rosario, sigue durmiendo". Esa noche, amanecí con los dientes de alante rotos: Según yo, el diablo, con sus larguísimas y apestosas uñas, me las enterró en el estómago mientras una voz me advertía: "Ay, Leiby, ay Leiby". ¡Y me tiré de la cama! Desde entonces, no duermo cuando veo una cajita de éstas.
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